Querido Hijo:
Habían
pasado ocho meses de embarazo cuando el ultrasonido tridimensional hizo el
prodigio, tu rostro apareció en pantalla, dormías, pero aún así un rasgo saltó
a la vista, tu peculiar nariz en la cual se sincretizaban dos genealogías, fue
un golpe de lo real, fui atrapado por un arrebato de entusiasmo seguido de una
profunda congoja, en ese instante supe que nunca más encontraría sosiego,
fue tanto amor el que sentí por ti que deseé poderte llevar a otro mundo, a un
lugar donde no tuvieras que sufrir, lo imposible de mi propósito me lanzó a la
más radical vulnerabilidad, por más esfuerzos que hiciera para liberarme de mis
temores, nunca podría abandonar la preocupación por tu devenir.
Han
pasado poco más de ocho años, tan sólo para confirmar el augurio de aquel día,
no he podido librarte del sufrimiento, yo mismo he sido causa de algunos de tus
dolores. Ahora que has crecido, superadas mis implacables fantasías de padre
novato, esa fragilidad fetal ha transitado hacia la fragilidad social. Sin ir
más lejos, pienso en las mañanas en que vamos camino a tu escuela en medio de los
conductores kamikaze de la Ciudad de
México dispuestos a morir o a matar, o ambas, con tal de conquistar unos metros
de asfalto, anarquistas que
impulsados por su imagen engrandecida desconocen todas las reglas de tránsito y
convivencia, fatuos incapaces de mirar el bosque. Cuando observo a conductores
comportándose como escarabajos en huída, sorteando obstáculos como si en ello
se les fuera la vida, para segundos después encontrármelos de nuevo frente a un
semáforo, no puedo dejar de sonreír y pensar que muchos de ellos son los que en
una conversación privada exaltarían el orden de los países del norte o europeos
y degradarían la imagen de México con adjetivos referentes a lo caótico:
“Necios que acusáis a sus conciudadanos, sin ver que sois la ocasión de lo
mismo que culpáis” . Frente a
estos padres y madres enardecidos no necesito más evidencias para entender la
expansión del acoso entre pares y la intensificación de la violencia en las
escuelas. ¿Pero son los únicos
responsables? No mi querido hijo, como sucede con la alimentación, esto es una
cadena.
Habitamos en la era de los contrasentidos, nunca antes se han
publicado tantas páginas promoviendo el desarrollo y el bienestar humano, al
tiempo que se publican millones de páginas exaltando todas las variaciones del
arte de la guerra: política, comercial, tecnológica, empresarial, etcétera. Las
instituciones promueven simultáneamente la ética y el impulso al éxito
desmesurado. Los financiadores de las obras filantrópicas, ecológicas y de
desarrollo, son los mismos que generan la pobreza, la contaminación y el
decrecimiento. Los poderes espirituales y económicos caminan cínicamente de la
mano, los líderes religiosos dan discursos en los estadios, mismos donde se
presentan las music stars y se
enfrentan los jugadores deportivos. Se combate el aborto pero se toleran las
guerras. Vivimos la época con mayor número de personas que han cursado algún tipo
de educación formal, a la vez que
se tienen las tasas más altas de desempleo. En fin, nunca antes se había buscado
tanto la felicidad y nunca antes se habían tenido tantos recursos para dañarnos
y destruirnos.
No
logro visualizar ningún horizonte para la concordia, salvo la invitación que ya
nos hacía Nietzsche hace más de un siglo, la transvaloración de todos nuestros
valores. Como él mismo anunció la muerte de Dios, muchos lo acusan de ser el
origen de nuestros actuales malestares, sin embargo, el sólo fue el profeta que
se atrevió a enunciar lo que todos callaban, las personas de su época ya vivían
ajenos a Dios y a toda certeza, sin darse cuenta. No hagas caso a quienes
repiten en automático la frase: “ya no hay valores”, mientras nuestra especie
conserve la conciencia tendrá valores, lo que sucede es que el valor es
relativo y arbitrario, en el mejor (o peor) de los casos es un consenso, por
eso la corrupción puede ser un valor, pues si un conjunto de personas le
encuentran beneficios harán de ella una práctica cotidiana y de la misma manera
para cualquier acto que puedas imaginar. La violencia misma es un valor, muchos
obtienen gratificaciones de ella, particularmente porque la violencia genera
miedo y ante el miedo las personas buscamos seguridad y evasión, y la vía regia para la seguridad
y la evasión en la actualidad es el consumo. Compras un dispositivo tecnológico
a un alto precio, inmediatamente sientes la necesidad de protegerlo de posibles
daños y ataques, por tanto compras protectores para caídas, contratas servicios
de respaldo y blindaje de tu información, así como seguros que cubren el posible
robo de tu dispositivo. Lo mismo sucede con una amplia cantidad de productos y
bienes, junto con ellos se requiere adquirir los recursos o servicios para
protegerlos o sustituirlos. Además el miedo hace más sugestionables a las
personas, convence a alguien de su vulnerabilidad y podrás venderle cualquier
cosa que le ofrezca resguardo, desde un llavero hasta una certeza política.
Te
preguntarás ¿qué sentido tiene la vida frente a este escenario?, ¿dónde queda
lo humano en medio de esta coexistencia de lo caótico y lo complejo que Félix Guattari
denominó caosmósis? ¿qué hacer ante
la normalización de la violencia? El primer paso, simple y gandhiano, es no
generar más violencia, detener la cadena. Luego sigue el salto más complicado,
promover la no-violencia en los otros, quizá esto exceda tus posibilidades, no
se trata de poner la otra mejilla porque eso genera más violencia. De vuelta a
nuestro punto de partida, esto es, la experiencia de conducir un automóvil en
una gran ciudad, mi opción es: “Al violento déjalo pasar”, no te dejes
contagiar de su agresividad, si te agrede, retén un poco el enojo y verás que
unos minutos después respirarás tranquilo. El violento va como depredador tras
su presa, requiere del otro para completar su impulso, lo odia y lo necesita al
mismo tiempo, pues si se queda solo con sus frustraciones se consume a sí
mismo. La violencia jamás será erradicada de los grupos humanos, la única
posibilidad es su regulación, en última instancia la autorregulación. La
no-violencia personal es el acto más radical de resistencia, indudablemente
también es peligrosa, pues el no-violento en su in-acción le retorna al
violento, como un espejo, su propio reflejo, y en su poca tolerancia a esta
confrontación y su disminuida capacidad auto-crítica, el violento prefiere
destruir el espejo antes que transvalorar sus impulsos.
Grandes son mis temores por tu devenir, tan grandes como mis deseos
por transvalorar la violencia actual para que puedas tener una vida que no se
limite a una permanente defensa. Los riesgos siempre estarán, no son opcionales,
pero la no-violencia sí es una elección. Recuerda en todo momento que los
enemigos no son los otros, sino las proyecciones que pones en ellos, pero también
debes cuidarte y evitar ser la pantalla de proyección de los otros.
Con amor
Tu papá
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