martes, 24 de febrero de 2015

La Mini-agenda de mi hijo y el encanto de lo cotidiano


 No hay mejor momento para ir al supermercado que el domingo muy temprano, la poca afluencia de clientes permite hacer las compras pausadamente rápido, da tiempo de buscar en un corto lapso de tiempo. Si voy con mi hijo este horario duplica su pertinencia, la incontable oferta le lleva a un despliegue de curiosidad y posibilidades lúdicas que me obliga a estar en dos focos de atención de manera simultánea, además le gusta ir parado frente a mí sobre el tubo trasero del carrito, pareciera que estamos en camino de una gran faena, padre e hijo en busca de la marca perdida. Con más visitantes esta misma actividad se convierte en un evento arduo, el tráfico de carritos, las personas que se quedan meditando largos minutos frente a un estante como esperando una revelación divina, los que van en grupo y como marchistas cierran los pasillos, por si algo faltara se suma la persona de limpieza haciendo su recorrido con la máquina pulidora y al final la larga fila en la caja, en la que se cumple el objetivo de los diseñadores de espacios de los supermercados al llenar de dulces y objetos atractivos para niños el área de cajas, de tal manera que cuando nos llega el turno de colocar las cosas en la banda, ya se agregaron varios productos que no había contemplado, pero que tampoco puedo negar a mi hijo como reconocimiento a su paciencia. En conclusión, es más rápido, menos estresante y más económico hacer las compras el domingo por la mañana.
 La visita dominical al supermercado inspiró el segundo punto que mi hijo colocó en esto que él denominó el fin de semana que acaba de concluir, su “Mini-agenda”, el primer punto creo que no deja lugar a dudas, bañarse. Los puntos finales los fue completando al retorno de nuestras compras. Tenía que guardar las cosas y lavar cubiertos, vasos y vajilla; él con algo de impaciencia escribió en su programación: “esperar a papá”, primero estuvo paseando alrededor, luego se paró cerca de mí con la intención de ayudar, pero tengo la costumbre de lavar con agua muy caliente por lo que le propuse acompañarme pero sin acercarse a la caída del agua, tras varios minutos optó por recurrir a su “Mini-agenda” y apuntar: “sentarse”, lo cual cumplió con gran rigor. Cuando salí de la cocina lo encontré sentado en una silla del comedor muy derechito y rostro inmaculado, eso sí, al verme perdió toda su compostura y me dijo: “¿Ya?”, le respondí afirmativamente.
 Conforme lo veo crecer siento que estos instantes se desvanecen de  manera inevitable, cuando lo observé en la silla tan sosegado lo imaginé en unos años en plena adolescencia no sentado en una silla, sino echado en un sillón imperturbable ante mi presencia, pero si preguntando: “¿Ya?”; pero en otro tono, ya no como manifestando su reproche-agrado por la conclusión de mis labores, sino en tono de “¿Ya vienes a molestar?”. Es un hecho que los puntos de encuentro serán otros, en definitiva el supermercado no será uno de ellos.
Pero esa añoranza pasa pronto, desde que nació hemos podido crear nuestras propias coreografías relacionales y siempre he sentido que el momento que estamos viviendo en el presente es el mejor.
El mismo domingo en la noche, mientras él veía con grandes carcajadas su colección de videos de Bob Esponja, yo estaba a su lado escribiendo y escuchando una y otra vez la canción de Yellow  del grupo Coldplay   que la película Boyhood me trajo del pasado. Pero esa noche la primera frase me resonó con gran fuerza: “Mira las estrellas. Mira como brillan por ti y todo lo que haces”. Sólo que la descontextualicé del contenido total de la canción para dedicársela a él, quien hace que cada momento tenga un brillo intenso, así que escribí también una “Mini-agenda”:

   Ver con él Bob Esponja, para reír juntos.
   Recordarle que las estrellas brillan por él y todo lo que hace.
   Abrazarlo antes de dormir.
   Dormir.

    La “Mini-agenda” elaborada por mi hijo me hace pensar que cada día podríamos disfrutar de un encanto similar, al margen de la agenda laboral abrir un apartado denominado “Mini-agenda”, que correspondería a una programación introspectiva y afectiva de nuestra jornada.
      La universidad donde doy clases tiene unos jardines espléndidos, cada mañana me doy el tiempo no sólo para observarlos sino para olerlos y sentir ese maravilloso frío que corre entre sus árboles,  saludo a las personas encargadas de la jardinería y de limpieza y hago una visita casi litúrgica a la biblioteca donde saludo al buen Juan Manuel, el bibliotecario del turno matutino que todos los días me recibe con una sonrisa y una frase amable. Leo o trabajo un rato antes de iniciar las clases. Previo a esto, varios días de la semana llevo a mi hijo a la escuela, escuchamos de camino a Toño Esquinca y su propuesta musical, que no es mi mayor placer, pero a él le gusta. Antes de llegar a la escuela nos estacionamos un momento para platicar y seguir un ritual lúdico de ponerle en la cara bloqueador solar. Ya en la universidad, camino al aula o al salir de ellas disfruto de una breve plática con alguna o algún colega o docente de otra área, también charlo con las personas encargadas del préstamo de equipo y salas de video. Al llegar al consultorio saludo al vigilante del edificio y preparo un aromático café de grano colombiano que me acompaña a mí y a los padres de mis pacientes niños y adolescentes, durante la tarde. En fin, el día está construido por una sucesión de instantes que en conjunto conforman mi      “Mini-agenda” y sin los cuales la rutina podría engullirme. 
     Aunque suelo estar ocupado, he procurado hacerlo a un ritmo slow life, esto es darle su tiempo a cada etapa del día y a cada actividad, por ejemplo, considero un momento especial el tiempo de la comida, me gusta prepararme mis propios alimentos mientras escucho documentales de youtube y comer viendo series de Netflix en mi computadora, en este momento estoy en la segunda temporada de Breaking Bad. En muchas ocasiones para esto cuento sólo con una hora, pero hace la diferencia en la conexión entre la jornada de la mañana-mediodía y la tarde-noche.
     Aún así hay días difíciles, pero lo que les da el sentido al final, es la “Mini-agenda”, escribir mensajes a personas significativas y dedicar un buen tiempo a la lectura antes de dormir. El encanto de lo cotidiano está en la “Mini-agenda”, en la programada y en la espontánea, al concluir cada jornada en el consultorio hago un recuento de las sesiones, tomo nota de los aspectos más significativos y hago un ejercicio crítico de mis intervenciones. Considero importante, dentro de lo posible,  no aplazar la elaboración de los aconteceres clínicos.
       El encanto de lo cotidiano es hacer de un acto aparentemente irrelevante, como la “Mini-agenda”, un motivo para una reflexión existencial. Gracias totales, como decía el gran Gustavo Cerati, al niño que inspiró este escrito. 

2 comentarios:

  1. Me detuve a revisar lo escrito en mi agenda: clases, citas, reuniones, etc. aparentemente actividades importantes y urgentes, hasta inaplazables; mismas que al finalizar el día me hacen definirlo como productivo o frustrante. La "mini-agenda" que descubrí en este mágico texto logró hacer la novedad en mi día cotidiano: los jardines preciosos de la casa donde vivo, las ardillas colgadas de los árboles, el frío de la mañana, el olor del café que acompaña mi día, el libro con el que me conciento, etc., etc., etc.,etc."Gracias el niño que inspiró su escrito" y a su padre, mi maestro, que nuevamente me ha enseñado.

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    1. La "mini-agenda" es un espacio de posibilidad, es la brecha paralela por la que caminan la belleza y el sosiego a nuestro lado día con día, es la búsqueda de una vida buena, su encanto es que no es una totalidad sino fragmentos de existencia plena. Un abrazo y gracias por el mensaje.

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