jueves, 23 de julio de 2015

Voces, mis órbitas a través del misterioso corazón de la mujer


En la petrificación amorosa, la voz sería a la mirada
lo mismo que el trueno es al relámpago, el fragor que
 sigue al resplandor y lo refleja.

Paul-Laurent Assoun. La mirada y la voz

I once had a girl, or should I say, she once had me... Así es, Norwegian Wood, pero no cantada por The Beatles, que en sí misma es una de mis canciones predilectas, sino por Priscilla Ahn, cuya espléndida voz suave es el umbral hacia la constelación del ensueño. Desde su descubrimiento, no hace mucho tiempo, la he obsequiado a mis oídos al menos cincuenta veces. Acompañada por una copa de buen vino y envuelta por el viento vespertino de un sábado, se acerca a la fórmula exacta del sosiego.
Estoy convencido, si la muerte se me aparece cantando con la voz de Céline Dion, no sentiré ni un roce de angustia, iré tras ella sin reparos y cuando me abandone el último respiro me encontrarán con una sonrisa. Lo confieso, escuché por primera vez la voz de la Dion cuando vi la película de Titanic en 1997, al momento de los créditos, la canción de My heart will go on, me hizo sentir intensamente la muerte de Jack Dawson (Di Caprio) y retornó a mi mente la frase de Rose DeWitt (Winslet): El corazón de una mujer, es un profundo mar de secretos; la cual asocié con la voz de Céline Dion y no con la mano de Winslet desempañando en un arrebato de placer el cristal del automóvil que les sirvió lecho amoroso. Aunque grabada antes de esa fecha, conocí su versión de The Power of Love años después, quizá sea una de las canciones más cursis que se hayan escrito, pero la letra es lo de menos cuando está cantada por la voz de Céline. Tanta es su fuerza que borró completamente la versión original grabada por Jeniffer Rush en 1984. Los matices, las tesituras, la fuerza, la dicción, los silencios, en fin, la coloratura; son una marea de estímulos que arrastra al precipicio de lo sublime. Y como toque final, I drove all night, la cual considero una de las interpretaciones más logradas de la Dion, juega con la voz como si se tratara de arena, inicia una vocalización y a la mitad la eleva, la baja, la regresa, sin que se noten los saltos. Como dicen los doctos, no se percibe el passaggio. El esplendor lo alcanza en el minuto 2:58 de la versión oficial, momento en el cual lo que significarían gritos para cualquiera otra cantante, ella sube y suaviza la voz. Por supuesto, dejó en el olvido la versión original cantada por Cyndi Lauper en 1988, pero hay que conceder que el video de Lauper es un desplante de la extravagante sensualidad que tienen esas mujeres que seducen con su insistencia por colocarse al margen del buen gusto, esto es, en la antípoda estética de Céline Dion.  
Whitney Houston, particularmente su I will always love you. De nuevo dejemos la letra a un lado, la canción es una Master class del uso del falsete. Pasa de un registro a otro sin ninguna dificultad como si una voluntad superior moviera su sistema fónico, logra el tono y el timbre deseados. Esta canción acompaña la escena final de la película de El guardaespaldas. La pieza me trae muy buenos recuerdos, sobre todo de una persona que me fue muy querida, en este instante rememoro con una sonrisa como fantaseaba toda una dramatización, en la cual llegaba a su fiesta de quince años y a pesar de la oposición de sus padres, la sacaba a bailar con la susodicha canción. Definitivamente cuando el dolor se hace memoria, tiene una sazón de exquisita añoranza.
Me dirijo ahora a territorios más inquietantes, al del Movimiento número IV del disco de El Greco de Vangelis. La voz, nada menos que de la diva catalana Montserrat Caballé. Desde hace muchos años sufro, y lo digo con toda intención, de una fascinación por la vida y la obra de El Greco. Hace como veinte años tuve un encuentro obsesivo con la obra del escritor griego Nikos Kazantzakis, famoso por sus obras llevadas al cine: Alexis Zorba, el griego y La última tentación. Uno de sus libros tocó las raíces de mis certezas como incipiente estudiante de psicología, su autobiografía Carta al Greco, sus batallas entre el comunismo y la mística cimbraron los pilares de mi sistema axiológico. Extraño esa época, extraño la pasión con la que leía a Kazantzakis, extraño los largos tiempos entumecido frente a los pocos cuadros del Greco en el Museo Soumaya en la Ciudad de México. Cuando escucho el canto de este Movimiento  de la Caballé, tengo la sensación de que lucho una batalla imposible, siento nostalgia de la espiritualidad de mi niñez, pero basta con que concluya para repetirme que soy un reo de mi subjetividad y que eso que una vez viví como Dios fue tan sólo la seducción de mi grandiosidad infantil, en la cual podía jugar a ser el último eslabón de un impensable universo.
Y finalmente, Marie Friedriksson, del grupo sueco Roxette. El conteo de canciones de iTunes, me delata, la suma de reproducciones de sólo tres canciones: Spending my time; Crash, Boom, Bang y It must have been love; alcanza las 878 reproducciones. ¿Esto se puede atribuir a una fijación perversa con la voz de Friedriksson? Lo siento, pero es menos interesante que eso. Es un hecho que las letras de Roxette son lo más adolescente que se puede encontrar en la oferta musical en inglés de finales de la década de los 80 y principios de los 90 del siglo XX.  Basten un par de dosis para corroborar el dicho:
      -       Trato de llamarte pero no sé que decirte. Dejo un beso en tu contestador automático. Oh, ayúdame por favor ¿Hay alguien que me pueda hacer despertar de este sueño?
     -       Porque cada vez que creo enamorarme ¡Crash! ¡Boom! ¡Bang!
Intento enamorarme pero entonces me estrello con una pared ¡Crash! ¡Boom! ¡Bang!

Esto es, las canciones de Roxette me trasladan al epicentro de mi adolescencia, en el cual mi mente narrativa y dramática hasta la necedad, me llevó a inventarme historias amorosas tan exaltadas que me creía el protagonista de grandes épicas románticas. En 1991, en Acapulco pude ver a Roxette en vivo en un Festival, y digo ver porque no cantaron ni tocaron, fue puro playback. Pero eso no impidió que las siete horas que se hacían en ese momento por carretera de regreso a la Ciudad de México, imaginara que la presencia de Roxette era una señal de que la chica que me encantaba y estaba sentada a unos cuantos asientos de mí en el camión y con quien había bailado toda una noche en la discoteca News; finalmente se acercaría y me cantaría: “Hola, tonto, te amo, únete al viaje del placer”.  Lo cierto es que el trayecto concluyó con otra canción: “Debió ser amor, pero terminó. Fue todo lo que quise y ahora vivo sin ello”.
Sucedió que de esos desencantos nacieron mis primeras poesías, así que perdí el amor pero gané la escritura. Así que escuchar las canciones de Roxette, es un rito de invocación a los orígenes, un peregrinaje por las heridas entre las cuales florecieron las primeras letras.
    Al respecto del enganche a las voces, afirma el psicoanalista Paul-Laurent Assoun en su libro Lecciones psicoanalíticas sobre la mirada y la voz: Lo que escucha “cantar” es entonces su objeto. Si la considera “melodiosa”, entonces es porque le presta las virtudes de objeto que se “mira” en ella. No vacilemos en reconocer al “objeto vocal” un valor de “fectiche”. Pero eso equivale a decir que el “objeto sonoro” no es más que el signo de una “falta”: viene a encarnar, por lo tanto, algo que se espera del otro, como si se aguardara sin cesar que eso hablara en el otro. “Señal” de la falta y suplencia reparadora. Siguiendo la línea de estos planteamientos, no me queda más que preguntarme: ¿Qué espero que sea cantado por Priscilla, Céline, Whitney, Montserrat y Marie? ¿Qué falta me señalan sus voces y cómo encuentro la suplencia a la misma? Si le doy crédito a mis asociaciones nacidas en el trayecto de esta escritura, todo me indica una inagotable búsqueda en sus voces de la revelación del misterio del amor femenino, fuente de las vivencias numinosas y por tanto, origen de toda creatividad, toda espiritualidad y todo enamoramiento. Pero también de lo ominoso, de la paranoia y la melancolía. Su voz es la encrucijada entre la creación y la nada, la posibilidad de ser otro sin desaparecer, es engranaje que permite ser amante y amado. Sus voces de mujeres condensan lo bello y lo siniestro, son causa de mi temor y temblor, pero también de toda la poesía que me habita.

2 comentarios:

  1. Me gustó mucho tu escrito, debo confesar que me sentí identificado. Tal vez no con todo pero si con la gran mayoría de lo que compartes.
    Por otro lado, he estado teniendo curiosidad por leer a Nikos Kazantzakis; hace días indague un poco en su biografía y me ha convencido leerlo. ¿Me recomiendas iniciar por "Alexis Zorba, el griego" ? Tengo pensado iniciar con esa obra, ya que parece ser su mejor y más representativa.
    En cuanto a las mujeres, jaja, creo que desde que termine con mi novia he escrito más de lo que hacía antes. Nos podrán producir muchas cosas pero creo que no podemos estar sin ellas, jaja.

    Gracias por compartir, espero estés muy bien y podamos vernos pronto.
    Te mando un abrazo JP.

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    1. Mi Estimado Eli: Empieza con el zorba, es uno de los mejores libros que he leído. Espero que el truene haya sido en buenos términos y que en breve alguien más sea la inspiración de tus palabras. Recibe un abrazo de vuelta y estamos en contacto.

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