domingo, 1 de mayo de 2011

Atisbos psicoanalíticos a los siete pecados capitales: Lujuria




Presentación
        Resulta de sumo interés el descubrimiento de que en la Biblia solamente se menciona cinco veces la palabra lujuria, ninguna de ellas en los llamados evangelios donde se compilan, según la tradición cristiana, las enseñanzas de Jesucristo. Dos referencias en Isaías, una en la Carta a los Romanos, una en la Carta a los Colonenses y una en el Apocalipsis. De las cinco, dos son de textos atribuidos a San Pablo, el legítimo fundador de la moral cristiana e inspirador de las fantasías terroríficas alrededor de la lujuria. Como sucede en muchas ocasiones, se le hace más caso al radical que al mismo fundador de un credo. Varias de las referencias bíblicas vinculan lujuria e idolatría, probablemente como nos lo mostró Teresa de Ávila, la frontera entre el éxtasis místico y el orgasmo físico es muy tenue. De ahí que de todos los pecados capitales, solamente la lujuria puede constituirse en un sustituto de la experiencia espiritual. Esto puede ser la causa por la cual la iglesia católica enfatice tanto el tema de la sexualidad, si las personas se apropian de su cuerpo y se asumen responsables de su placer sin culpa ni necesidad de rendir cuentas, la iglesia pierde adeptos y poder. Castigar la sexualidad es el método más eficaz para controlar a las personas, si estas se acusan voluntariamente el control se incrementa, pues si de algo no se puede huir es de la sexualidad.
         El presente texto abordará algunos antecedentes de la concepción occidental de lujuria y su impacto en la vida cotidiana de las personas.
        Previamente publiqué las entradas sobre soberbia, gula, avaricia, ira y seguirán las de pereza y envidia.
        Para leer la presentación general de la serie, pueden seguir este link:






Lujuria

Algo en su manera de moverse,
me atrae como ninguna otra amante.
Algo en su forma de seducirme
George Harrison

¡Qué hermosa eres, qué encantadora, mi amor y mi delicia! Tu talle se parece a la palmera, tus pechos a sus racimos. Yo dije: Subiré a la palmera, y recogeré sus frutos. ¡Que tus pechos sean como racimos de uva, tu aliento como aroma de manzanas,  y tu paladar como un vino delicioso, que corre suavemente hacia el amado, fluyendo entre los labios y los dientes! (Cantar de los Cantares 7, 7-10). Himno de amor y lujuria, el Cantar de los Cantares es una de las expresiones más enardecidas de la literatura universal, copla donde se conjugan la demencia del romance juvenil con el erotismo mas frenético.
Sin lugar a dudas es un texto de origen oriental, pues amor y lujuria suelen disociarse en la tradición occidental. Como bien lo expresa en su libro Lujuria Simon Blackburn, el amor “recibe los aplausos del mundo… persigue el bien del otro, de forma controlada, atenta, racional y paciente… Se recrea en la conversación a la luz de las velas… Es individual: hay un único Otro, la persona adorada, la única estrella alrededor orbita el enamorado… Crece con el tiempo y la familiaridad, el cortejo, la sinceridad y la confianza… Perdura”. Mientras la lujuria “Es furtiva, vergonzosa, embarazosa… Persigue su propia gratificación inmediata, sin paciencia ni control, inmune a la razón… Se encuentra igualmente a gusto en un portal o en un taxi, y su conversación está hecha de gritos y gruñidos animales… Acepta lo que venga… Mira de soslayo, inventa engaños, estratagemas y seducciones, aprovecha oportunidades… El deseo se agota rápidamente”.
Escindimos el encuentro humano, invertimos eternos minutos e incesantes esfuerzos aislando el amor de la lujuria y viceversa, no logramos integrar el arrollador  placer con la  ternura y el cariño. De ahí que la seducción produzca fascinación y repudio al mismo tiempo, urbanizamos el deseo, reglamentamos la espontaneidad. Pero al mismo tiempo, y esto lo saben bien los seductores más avezados, esperamos permanentemente obtener placer, el cual suele ser insuficiente en las relaciones de pareja y amistad, así como con nosotros mismos. Como afirma Robert Greene en su libro El arte de la seducción “lo que a la gente le hace falta en la vida no es más realidad, sino ilusión, fantasía y juego… La seducción es una especie de teatro en la vida real, el encuentro de la ilusión y la realidad”.
  “Sólo quiere sexo” es una frase comúnmente utilizada para denotar  las “bajas” intenciones de alguien, pero si bien no todos queremos “sólo sexo”, todos “queremos sexo” por muchas razones, algunas de ellas no inspiradas directamente en la lujuria, como: tener hijos, para demostrar que se es capaz de hacerlo, para dar gusto a la pareja, para deshacerse de alguien, para escalar peldaños en la carrera profesional, para obtener un bien o para ganar dinero.  Sin embargo, hemos creado un sistema social complejísimo lleno de rodeos y prejuicios para alejarnos de este deseo. Esto no es una consecuencia azarosa, tiene un origen en obras ampliamente reconocidas. Uno de los principales constructores de esta farsa compartida es San Agustín, quien hizo de su obsesión por el sexo uno de los más intensos impulsos de su obra, demostrando el viejo adagio: “dime de qué te proteges y te diré cual es tu deseo”.
        En Agustín confluyeron tres tradiciones: el legado grecolatino, el maniqueísmo y el cristianismo. De la primera retomó principalmente la herencia platónica con su insistencia en partir la condición humana en cuerpo y espíritu, dando a los placeres del cuerpo un lugar de trampa y fuente del mal.
        Para los maniqueos, el mundo “era el campo de batalla de dos fuerzas implacablemente enfrentadas, la luz y la oscuridad… La luz era el dominio del alma, la oscuridad el dominio del cuerpo”. La lujuria para el maniqueísmo era el abismo, el lazo que unía el alma a las fuerzas de la oscuridad.
         Finalmente el cristianismo, particularmente los escritos de San Pablo, quien se oponía totalmente a los placeres del cuerpo e inicio la tradición del celibato. En el siglo II los encratitas (del griego enkrateia, que significa continencia y abstención) instauraron un ritual bautismal que implicaba la renuncia al sexo, para lograr su objetivo algunos se sometían a castraciones. Ellos fueron seguidos por Antonio, el padre del ascetismo del desierto, luego Jerónimo quien en medio del hambre producida por extensos ayunos y entre bestias y escorpiones, se daba tiempo para ensoñarse rodeado de bailarinas. Por tanto, Agustín fue receptor de una tradición donde la lujuria era considerada como sucia, repugnante, endemoniada y destinada a la condenación eterna.
         Al tener su revelación espiritual frente a un texto de San Pablo, el buen Agustín decide hacerle caso a su devota madre, Mónica, y expulsa a la que había sido su mujer y a su hijo. En adelante se dedicó a pensar y a escribir, pero siempre lo acompañó el tema de la lujuria. Dedicó largas horas a intentar entender porque el creador había dado cuerpos sexuados a los seres humanos. Sus antecesores habían concluido que antes de la expulsión del paraíso, Adán y Eva concebían a través de puro amor espiritual, ”sin mancha de lujuria”. Contemplando esto racionalmente, enamorarse implicaría en sí mismo embarazo, al decir “te amo”, ¡pum!, bebé en camino, sería  un coitus no iniciadus. Tengo la certeza de que si esto fuera posible, los alemanes ya hubieran inventado condones para el espíritu.
         Quizá al no estar expuesto al delirio del desierto, Agustín pudo conservar cierta ecuanimidad y concluyó que “la diferencia sexual debía tener alguna presencia, pues de otro modo Eva no le hubiera servido de nada a Adán”. Nuestro santo siguió entonces practicando su deporte favorito, el Teo-Ball, esto es lanzar de un lado a otro la bola teológica hasta meter gol. Cuando parecía que el partido iba a quedar Lujuria 1 – Castidad 0, una nueva luz cayó sobre su cabeza. Puede haber sexo pero sin deseo de placer, sólo para concebir y continuar la humanidad. Hay que disculpar a este padre de la iglesia católica, era buen teólogo pero pésimo fisiólogo, a pesar de su no larga pero si intensa vida sexual, no le quedó claro que al menos por parte de los hombres, se requiere excitación para tener una erección y un orgasmo para fecundar y el orgasmo requiere una experiencia placentera. Probablemente descubrió un método de eyaculación displacentera el cual no quiso compartir con la humanidad: “Madre rica, pobre Padre”. No hay que juzgarlo tan enérgicamente, a lo mejor sufría priapismo, esa rara enfermedad donde el pene permanece erecto y el glande flácido por largos periodos de tiempo sin la presencia de excitación, lo cual lo llevaba a vivir apenado.
         A él debemos esa tradición tan valorada por la iglesia católica del “cristianismo muscular”, como lo denomina Blackburn, esto es, una doctrina moral basada en la lucha y la resistencia, de la cual emana el Pecadómetro:
·     Virginidad = Pase directo al cielo. Siempre y cuando no exista registro de pensamientos concupiscentes.
·      Matrimonio sin sexo = Estancia corta en el purgatorio a fuego lento.
·      Matrimonio con actividad procreadora sin placer = Purgatorio a la parrilla.
·      Actividad procreadora acompañada por placer = Tiempo indeterminado en el purgatorio, en hoguera y con sucesivos trinchazos lanzados desde el averno.
·      Actuar por puro placer sexual: Beca completa en  la Satan’s  University.

Hubo que esperar varios siglos, hasta la publicación de Elementos de derecho natural y político de Thomas Hobbes, para que la discusión sobre la lujuria se diera en otros términos. Dice el autor:

El apetito que llamamos lujuria, y la fruición que le acompaña, es un placer de los sentidos, pero también es intelectual, pues consiste en dos tipos de apetitos reunidos: agradar a otros y que le agraden a uno; este tipo de deleite no es sensual, sino un placer o un gozo de la mente, consistente en imaginarse el poder que tiene una para agradar de tal modo.


Maravilloso fragmento iluminando un hecho hoy plenamente probado: lujuria y seducción son más  impulsados por factores psicológicos que físicos. Nos dice Greene “La seducción es un juego de psicología, no de belleza”. La previsión de  placer puede en muchas ocasiones ser más excitante que el acto sexual en sí. La imaginación nos arroja a fantasías febriles, nos representamos como experimentados amantes seduciendo y ejecutando las artes más elaboradas en la cama con parejas igualmente expertas. Por otra parte, la mirada deseante del otro sobre nosotros exacerba el influjo de lujuria, basta con escuchar relatos de fantasías y sueños sexuales, para descubrir el énfasis en el mirar. Como decía Sartre, cuando asumimos que nuestro cuerpo y nuestra subjetividad se encuentran bajo el escrutinio de consciencias diferentes a la nuestra, puede surgir la vergüenza, sin embargo, si nos impregna una mirada deseante y se acompaña de palabras, expresiones y movimientos congruentes con dicho deseo, se magnifica nuestra imagen de nosotros mismos y por tanto nuestro placer.
Así arribamos a los límites de la lujuria, al punto desde donde los perversos actúan. Cofunden y tergiversan el deseo del otro, entienden el no como si, proyectan su excitación y al estar atrapados por imperativos, consideran que todos somos impulsados por las mismas fuerzas e intenciones. Es por esto que pueden leer en la mirada de una niña o un niño la pretensión de relación sexual, cuando en realidad están solicitando afecto. Pueden violar asumiendo que la víctima también quiere sexo e interpretan su defensa como señales de aprobación. En fin, el borde entre la lujuria compartida y una lujuria impuesta al otro será, como dice Savater, “el daño que podamos hacer a otros para conseguir goce, al abusar de ellos, aprovecharnos de la inocencia de menores o de gente que por su situación económica tiene que someterse”.
La influencia del factor religioso ha disminuido considerablemente en la regulación de las prácticas sexuales, pero llama la atención que en una era tan avanzada en cuanto a los métodos anticonceptivos y de protección de contagio, esto es, de autocuidado, libertad y apropiación del cuerpo; ahora el pecado y el castigo metafísico han sido sustituidos por los tormentos psicológicos, tanto en acciones sexuales compulsivas sin placer, en abstinencias autoimpuestas, así como en fragmentación de las experiencias. El temor a un dios se ha ido mermando para dejar lugar a un enorme temor a la mirada del otro, al escrutinio y consciencia que el otro puede tener sobre nosotros.
Somos seres de placer, todo obstáculo al mismo conllevará manifestaciones, las cuales pueden ser creativas o sintomáticas. Lo cierto, es que sólo a través del placer es posible nuestra integración psico-somática, renunciar al placer implica disociar nuestra condición humana.

4 comentarios:

  1. Siempre me ha gustado la definición que hace Nietzsche del cristianismo como “platonismo para el pueblo”. La sexualidad no se salvó del giro metafísico y la moral cristiana está sufriendo el destino de la metafísica que le sirvió de vehículo para propagar su doctrina durante tantos siglos.
    “¿Censura respecto al sexo ? Más bien se ha construido un artefacto para producir discursos sobre el sexo, siempre más discursos, susceptibles de funcionar y surtir efecto en su economía misma.”— afirma sin tapujos Michel Foucault en su polémica Historia de la sexualidad. Su tesis no es una “chaqueta mental”, lo vemos todos los días: jamás en la historia se había acumulado tal cantidad de discursos acerca del sexo, “discursos diversos pero todos, cada uno a su manera, coactivos” afirma Foucault. Nunca se había hablado tanto de sexo, lo que no sabemos a ciencia cierta es si la expansión del discurso sea proporcional a la praxis. Lo interesante es la hipererotización de nuestra vida contemporánea; como dije al principio, el giro metafísico no respetó ni siquiera a la sexualidad y la sigue sometiendo en cierto modo, pero ahora no en el sentido de la represión sino de la obligación a la práctica y de las modalidades. Es súper simpático escuchar ese imperativo tácito en la personas sumamente activas sexualmente hablando (bueno, por lo menos eso presumen): “Yo no me reprimo, tu tampoco debes de reprimirte”. Vale, podríamos decir que esta hipererotización actual es la simple reacción a una hiperrepresión de siglos de la sexualidad en Oxidente, pero pasar sin cesar del polo de la represión al de la mistificación del orgasmo nos mantiene en la misma dualidad metafísica. Esta inocente “voluntad de saber” que es carácter básico de la actitud ilustrada, queda desenmascarada por Foucault como verdadero ejercicio de poder y dominación. Finalmente, creo que la sexualidad se vive realmente como lo que es cuando se le deja de dar tanta importancia, tanto en la intransigente óptica cristiana como en la de sus acérrimos detractores.

    P.S. Me gustó mucho el poema que enviaste, habla bien del vértigo lujurioso. Y hablando de vértigos, es curioso que la DRAE de una segunda definición de lujuria no encasillada al placer carnal: 2. f. Exceso o demasía en algunas cosas. De acuerdo a esto, podríamos decir que el Twitter es lujuria pura.

    Saludillos.

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  2. Mike, coincido contigo, por eso hablo en el texto de los imperativos, los cuales siempre empujan a la coacción. Actualmente hay mucho sexo pero poco placer, pues mucha gente practica el sexo en una modalidad que podría calificar de "onanismo acompañado", esto es, masturbarse en el otro. Pero esto es una forma de objetivarlo para huir de su mirada, para no vincularse, es nuevamente el miedo terrible al otro concreto que ha sustituido al miedo metafísico. Al parecer, como afirmaba el buen Erich Fromm, tenemos miedo a la libertad. En cuanto a la acepción de lujuria que citas, algunos autores la retoman, es la variación que lleva a la palabra lujo, que en inglés es más explícita en cuanto a su vinculación a la palabra lujuria: luxury. Muchas gracias por el comentario al poema.

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  3. Para mi, el problema de la lujuria está en sus fronteras, que tu mismo mencionas. Cuando se busca el placer sin alcanzarlo porque las carencias personales se esconden con satisfactores inapropiados.

    La postura de Pablo y Agustín ha convertido a la lujuria no en uno de los siete pecados capitales, sino en El Pecado, así que con un simplismo extraordinario se reduce la moral a las relaciones sexuales. Lo que convenientemente facilita el olvido de los otro seis. Lo que hace que un avaro, un explotador o un torturador se sienta salvado y perdonado porque confiesa su único pecado: la lujuria.

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  4. Ricardo, estoy de acuerdo. El problema que planteas nos lleva necesariamente a la vinculación perversa con el otro y con la realidad en general. La gran característica del perverso es fragmentar al otro y generalizarlo a partir de una fracción. En México hemos sido testigos de como las autoridades de la iglesia católica se escandalizan más por los temas sexuales que por la pobreza. El control del cuerpo del otro es también un impulso de la condición perversa. Un abrazo

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