viernes, 1 de julio de 2011

Monólogo con Clarice Lispector: Primer acto del Libro de los placeres




Este libro requirió una libertad tan grande
que tuve miedo de darla.
Está por encima de mí. Intenté escribirlo humildemente.
Yo soy más fuerte que yo.

Clarice Lispector, Aprendizaje o el Libro de los placeres


No te hagas la fuerte preguntándote la peor pregunta. Yo mismo aún no puedo preguntarme quién soy sin quedar perdido. Enunciado iluminado puesto por Lispector en los labios de Ulises, su personaje del libro Aprendizaje o El libro de los placeres. Estas frases se abatieron sobre mí con la fuerza de la lluvia de este verano, fue como consultar el oráculo de Delfos. Meses, quizá años, arremolinado reflexionando sobre la necesidad por responder a la pregunta ¿quién soy? y súbitamente llega esta respuesta, que muestra que el verdadero problema es la pregunta, la cual nos sentimos obligados a responder bajo el imperativo de marcas, imágenes corporativas, perfiles… Es la peor pregunta, efectivamente quien está buscando todo el tiempo responderla es por que no está siendo, pues quien experimenta su ser con intensidad puede prescindir absolutamente de este cuestionamiento.
Este es el camino que debe recorrer Lori antes de llegar a los brazos de Ulises, renunciar a las preguntas para llegar al ser y así poderse entregar al amor libre de telarañas yoicas y sueños de perpetuidad.
No contaré la historia, vana y estúpida sería mi pretensión de sustituir la magistral escritura de Clarice Lispector con mis balbuceos literarios. La novela es como un campo de tulipanes, arrebatado de color, de luz, de belleza. Se antoja como el mejor de los lechos al cual uno nunca se arrojaría por el temor a deteriorar, aunque fuera mínimamente, tan sublime escenario. Es por ello que oleré algunos de esos tulipanes e intentaré escribir sobre mi experiencia con su aroma, su forma y su matiz.
Pues ahora mansamente, aunque con los ojos secos, el corazón estaba mojado; había salido ahora de la voluntad de vivir. Cuando dejamos de llorar sentimos que el dolor se ha apaciguado, lo cual puede ser una quimera de la razón, probablemente el dolor es tan intenso que el corazón debe saciar su sed con nuestras propias lágrimas. Los ojos secos son del muerto, del indiferente o del melancólico quien ha emigrado de la voluntad de vivir.
¿Qué es lo que quería de ella, además de tranquilamente desearla? Es probable que las mujeres sean más propensas a sospechar de “otras intenciones”, el deseo de los hombres se ha vulgarizado tanto en el imaginario colectivo que cuando uno tan sólo quiere desear a una mujer tranquilamente se le mira con profunda suspicacia. Desear tranquilamente no es ser pasivo o conformista, es simplemente desear en una sola mujer a todas las mujeres, pero cuando una mujer se ve reflejada en los ojos del hombre con el rostro de otras mujeres, se asusta, se enoja o huye; sin comprender que un hombre no puede abandonar a las mujeres de su vida, ellas lo habitarán como espectros en un cementerio, apareciendo inesperada e incesantemente. Pero cuando un hombre ama a una mujer decide combatir esas apariciones, ahuyentándolas para conservar tan sólo lo que amó  y entregárselo todo a la amada.
Aunque ella misma no supiera con certeza que significaba “ser protegida”: ¿tendría, por casualidad, el deseo infantil de tener todo pero sin la ansiedad de tener que dar algo a cambio? Confundir confort con amor es algo frecuente, se renuncia al más profundo erotismo a cambio de protección. La pregunta de Lori es la de muchas mujeres al momento de hacer elecciones de pareja, es la trampa de la seguridad, en la que la enunciante no logra discernir que quien no es capaz de dar, nunca sentirá que recibe lo suficiente. Optar por la protección total es vegetar existencialmente, es asumirse como planta, ornamento inmóvil que recibirá los nutrientes para seguir viva pero sin crear nada más que necesidades y que para su desgracia al no aportar nada más que apariencia, es fácilmente prescindible. Lori, frente al riesgo de clonar subjetivamente a su protector padre, decide arrojarse al “aprendizaje” de la vida acompañada de Ulises, quien le mostrará que puede amar y ser, al mismo tiempo.
¿Y sólo cuando ser ya no fuese un dolor Ulises la consideraría preparada para dormir con el? La tradición cristiana nos ha inculcado el dolor como una condición necesaria para “la salvación”, se afirma frecuentemente “no pain, no gain”. La gente está dispuesta a inmolar su presente a cambio de glorias futuras. Es la visión muscular de la vida: “mientras más resisto más gozaré”. Es por eso que la propuesta de Ulises a Lori está impregnada por el más profundo amor, sólo se acostarán cuando lo hagan como seres deseantes libres, para experimentar el placer de la complementación de su espíritu y su cuerpo en una relación sexual, es decir, no tener sexo solamente como recurso ansiolítico, antidepresivo o de autoconfirmación.
Ella que tantas veces había llegado a  odiar a Ulises, aunque siguiese actuando para que la deseara. Esta es una de las grandes paradojas del amor, nos resulta tan amenazante sentirnos amados que nacen en nuestro pecho sentimientos de odio a quien remueve nuestras fibras mejor resguardadas. Odiando a la persona tenemos la ilusión de controlar nuestro sentir, pero finalmente traicionamos esta intención en actos para sostener el deseo del otro sobre nosotros.
Pues si al principio el silencio parece aguardar una respuesta… temprano se descubre que de ti nada exige, tal vez únicamente tu silencio… Cuantas horas perdí en la oscuridad suponiendo que el silencio te juzga. En ocasiones el silencio nos da esperanza, nos apartamos para encontrar respuestas, le atribuimos mil voces al sigilo, entre ellas la de juez quien nos emite sentencias soberbiamente argumentadas. Como dice el buen Michel de Montaigne en sus lúcidos Ensayos:  ¿A cuántas causas no achacamos los males  que nos acontecen? ¿En qué no nos fundamos con razón o sin ella, para dar con algo con qué chocar?  Además de los golpes implicados en la cotidiana labor de vivir, los seres humanos nos entregamos al silencio para azotarnos más, dibujamos en la obscuridad las escenas de nuestras desgracias reproduciéndolas obsesivamente. La única voz del silencio es la de nuestra subjetividad, la cual no nos dirá nada que no queramos escuchar. Si deseamos retroalimentación masoquista, la tendremos, si queremos delirios narcisistas, los tendremos, si queremos crear, crearemos y podremos cantar con Simon y Garfunkel: Hola obscuridad, mi vieja amiga.
La propia Lori tenía una especie de miedo a ir, como si pudiese ir demasiado lejos - ¿en qué dirección?-. Esto dificultaba la ida, Siempre se contenía un poco como si retuviera las riendas de un caballo que podría galopar y llevarla Dios sabe dónde. Se reservaba. ¿Por qué y para qué? ¿Para  qué se estaba reservando? Era un cierto miedo de su propia capacidad, pequeña o grande, tal vez por no conocer sus propios límites. Maravilloso. Actualmente se insiste en que el miedo se origina en nuestro desconocimiento de lo que realmente somos y podemos lograr. Lo escrito por Clarice Lispector confronta esta argumentación enfatizando la ignorancia de los propios límites, con lo cual concuerdo totalmente. Cotidianamente en las aulas y en el consultorio soy testigo de la dificultad que tienen las personas para aceptar sus límites. Como Lori, se preguntan: ¿Qué es lo que quiero? y se ahogan en la inmensidad de su propia respuesta:  Quiero todo. Quien todo quiere, nada elige. Quien nada elige, nada desea. Quien nada desea, el placer se le agota en el instante. Conocer nuestros límites es un encuentro cara a cara con nuestro ser y sus posibilidades.
Quiero concluir esta entrada con una larga cita de un excelso monólogo de Ulises frente a Lori, del cual emana una joya literaria: Todavía somos jóvenes, podemos perder algún tiempo sin perder la vida entera. Les dejo con esta oda al amor, a la libertad y a la vida:

Estoy en plena lucha y mucho mas cerca que tú de lo que se llama la pobre victoria humana, pero es victoria. Yo podría tenerte con mi cuerpo y mi alma. Esperaré aunque sea años a que tú también tengas cuerpo-alma para amar. Todavía somos jóvenes, podemos perder algún tiempo sin perder la vida entera. Pero mira a todos a tu alrededor y ve lo que hemos hecho de nosotros y de eso considerado como victoria nuestra cada día. No hemos amado por encima de todas las cosas. No hemos aceptado lo que no se entiende porque no queremos pasar por tontos. Hemos amontonado cosas y seguridades por o tenernos el uno al otro. No tenemos ninguna alegría que no haya sido catalogada. Hemos construido catedrales y nos hemos quedado del lado de afuera, pues las catedrales que nosotros mismos construimos tememos que sean trampas. No nos hemos entregado a nosotros mismos, pues eso sería el comienzo de una vida larga y la tenemos. Hemos evitado caer de rodillas delante del primero de nosotros que por amor diga: tienes miedo. Hemos organizado asociaciones y clubs sonrientes donde se sirve con o sin soda. Hemos tratado de salvarnos, pero sin usar la palabra salvación para no avergonzarnos de ser inocentes. No hemos usado la palabra amor para no tener que reconocer su contextura de odio, de amor, de celos y de tantos otros opuestos. Hemos mantenido en secreto nuestra muerte para hacer posible nuestra vida. Muchos de nosotros hacen arte por no saber cómo es la otra cosa. Hemos disfrazado con falso amor nuestra indiferencia, sabiendo que nuestra indiferencia es angustia disfrazada. Hemos disfrazado con el pequeño miedo el gran miedo mayor y por eso nunca hablamos de lo que realmente importa. Hablar de lo que realmente importa es considerado una indiscreción. No hemos adorado por tener la sensata mezquindad de acordarnos a tiempo de los falsos dioses. No hemos sido puros e ingenuos para no reírnos de nosotros mismos y para que al fin del día podamos decir “al menos no fui tonto” y así no quedarnos perplejos antes de apagar la luz. Hemos sonreído en público de lo que no sonreiríamos cuando nos quedásemos solos. Hemos llamado debilidad a nuestro candor. Nos hemos temido uno al otro, por encima de todo. Y todo eso lo consideramos victoria nuestra de cada día. Pero yo escapé a eso, Lori, escapé con la ferocidad con que se escapa de la peste, Lori, y esperaré hasta que tú estés más preparada.

Continuará…

2 comentarios:

  1. ¿Quien soy? vieja pregunta de sabios. Le damos múltiples respuestas a lo largo de nuestra vida, muchas veces engañados por nuestra juventud y fortaleza, pero cuando la vida se acerca término y aceptamos con humildad lo que somos, con nuestros límites y posibilidades, sin sentirnos fracasados por nuestros resultados, empezamos a ser nosotros mismos, disfrutamos lo que nos queda. Ya no hay vigor físico ni intelectual, pero sí un profundo sentimiento espiritual que trasciende al universo. Somos parte del Todo y próximamente cambiaremos nuestra relación con él. La energía que nos animó no se pierde, se transforma y se almacena en algún lugar del universo. Tener conciencia de ello y aceptar lo que somos nos da un sentimiento de pertenencia.

    Desde esta perspectiva seguiré tus aventuras.

    Ricardo

    ResponderEliminar
  2. Ricardo:
    Si algo disfruto de escribir es que mis textos sean polisémicos, que sean interpretados desde las circunstancias y subjetividad de cada persona pues solamente así un texto se vuelve significativo.De otra manera hay riesgo de fundamentalismo, que una idea o un mensaje tenga una sola lectura.
    En cuanto a las respuestas desde la juventud y la fortaleza, no creo que sean engaños, simplemente dicha condición orienta por rumbos diferentes a los que se tendrían en otras edades. Creo que lo principal es vivir y tomar decisiones sin arrepentirse, nos podemos equivocar, acertaremos muchas veces, pero el arrepentimiento para mí sólo puede tener lugar cuando hacemos daño a alguien premeditadamente.
    Un abrazo

    ResponderEliminar